Congoja en el patio vecinal.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo I


Cuando un hombre se echa atrás
retrocede de verdad.
Una mujer sólo retrocede
para coger más carrerilla.

- Zsa Zsa Gabor -



     ¡Ay madrecita mía! Qué calamidad. Mire que ponerse usted mala con lo fuerte que está, vamos, como un roble o mejor como un fresno fiamato que a ése sí que no lo tumba un hacha ni una motosierra con cadena por estrenar. Y hay que ver, con tanta comida macrobiótica-natural que usted aconseja... ¡Maldición, qué traición!

     Y yo, a medio puchero en el fogón va y se me asoma mi vecina María de la Perseverancia en la cocina de enfrente, que la ha llamado su madre Consuelo Llano para que me dé la mala noticia - Pero con mucho tacto, hija, que no se nos ponga nerviosa espasmódica - Qué tacto ni qué leches, si la Perse es más bruta que un camionero con el tubo de escape estancado:

-¡Mariola, que a tu madre le ha dado un soponcio!- Me grita y al momento ya se ha armado un barullo de vecinas ociosas y pendencieras en el patio comunal.

-¡Por Dios! ¿Qué le pasó?

-No lo sé, dice mi vieja que está ingresada y envirada con las patas pa' arriba con un dolor de vientre horroroso...

     ¡Ay madre! Ya se me bebió usted el salfumán por zumo de naranja o se desayunó el Colón Súper Blancura por copos de avena. Ya sabía yo que algo de eso tendría que pasar. No, no se enfade, no es que piense que sea usted miope y mucho menos muerta de hambre, no madrecita, lo digo por lo del jabón Lagarto en la nevera. ¿Recuerda? No, si usted de sensata y espabilada tiene un rato largo pero de despistada tiene otro. Con su permiso me explayo a gusto, que a fin de cuentas no me oye, es más despistada que una cabra buscando pasto en una mesa de billar, ¡ala!


De gastronomía y ciencia ficción.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo II


     Si lo sabré yo, cualquier día de éstos me encuentro en su nevera un experimento de ciencia-ficción. Hoy tenemos de menú puré de patatas Ariel a la salsa Norit Lanas, un bistecito Lagarto rebosado con escamitas protonucléicas Vip Exprés Color y para beber le sugerimos pues una granadina mentolada Viker Detergente Concentrado el que todo lo lava todo lo limpia. Vamos que después de eso ni bicarbonato ni nada, limpia-hornos a palo seco, que si no luego está un mes como un pececito, que cada vez que abre la boca le salen burbujas y le roba a una las palabras para que no la entienda ni dios, como le pasó a la hija del cartero que se intentó suicidar, la muy bestia, con una botella de Perlan Lanas y desde entonces cada vez que se pone un jersey le entran cagaletas.

     ¡Ah no! Que la Perse dijo que lo suyo no tiene que ver con detergentes, no se enfade madrecita, perdóneme las ideas pero entienda que me ha cogido la mala de sopetón y ando con la cabeza ida para Pernambuco.

     Me he puesto cuatro cosas y he salido pitada a coger un bus para Santa Cruz con tanta prisa que ni me ha dado tiempo a que el puchero estuviera hecho. Me lo traigo conmigo para terminarlo de cocinar y así nos lo comemos las dos, que me da que en el hospital no se come nada ilustre y usted tiene que recuperar fuerzas. Cómo quema la bendita olla, me tiene las rodillas despellejadas.



Los riesgos de viajar arrejuntados.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo III


     Esta vez he tenido suerte, el del asiento de al lado es un viejecito muy mono que para mí que es la primera vez que se sube en un vehículo de tracción no animal porque está como cagado de miedo, va tieso con los ojos salidos, tiene un tono de piel tirando a verde riesgo y las manos amoratadas de tanto agarrar el respaldo de enfrente.

-Relájese hombre que no pasa nada, éste es de los modernos y tiene airbás y sistema de protección lateral y...

     El hombre me manda a hacer puñetas a mí, a su hijo por irse a vivir tan lejos y al jodido inventor de estos cacharros que a saber qué oscura intención le inspiró que no fuera otra que la de matarnos en grupo como borregos.

     Bueno, de templado no luce pero comparado con la señora de la otra vez que se quedó dormida y soltaba unos bufidos por ronquidos que tenían alterados los reflejos del conductor e iba pisando el freno al son impar... Así nos pegamos tres horas de viaje que más bien parecía una procesión con parada de Pascua: un pasito pa' alante y medio pa' atrás. Me duró el ritmillo del candombe en las piernas tres días, madre.

     Y hablando de candombe eso me recuerda al pobre Paco. Me saqué un novio vasco mulo como un tanque. No se apure madrecita, que si no se lo conté es porque me duró tan poco que ni me dio tiempo...


Mi novio y el candombe asesino.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo IV


     Era una relación muy formal, cogernos de la mano, pasear, algún que otro beso, pocos que usted sabe que yo no los regalo a no ser que lo viese desesperado y con las orejas echando humo. Entonces me daba pena.

     De vez en cuando subía a casa a tomar café pero siempre en presencia de mi vecina la Perse. Él a cambio, nos hablaba de los infinitos pastos verdes de su tierra, de las vacas coloreadas rumiando la paciencia como sólo lo saben hacer los sabios, nos metía miedo con las brujas y los hechizos de sus bosques siempre en bruma, pero el pobrecito tenía en el baile una frustración tan grande que si no fuera por mi compostura de señorita cabal de buena gana acogería su cabeza en mi seno.

     Claro madre, imagínese usted un tractor interpretando el Lago de los Cisnes. Así que desdichado, se contentaba con ver bailar a los demás, le gustaba todos los estilos, desde la danza del vientre hasta el fandango amarrado que se marcó el señorito José Luis por su paso por Cádiz. Y esa pasión daría ocasión a su perdición.

     -Anda Mariola, arranca con un candombe que me tiene omnibulado el vaivén de tus caderas. - me dijo una tarde de cafés con Carlitos Brown retumbando en el radiocasete. Usted dirá lo que quiera madre, pero una es joven y la piel sensible, una tiene ramalazos de coquetería y le gusta sentirse halagada. Así que, un pasito pa' alante y cuarto pa´atrás, golpe de cadera a la izquierda, giro, otro pasito, subir los hombros y vibrar el busto con los brazos en cruz al estilo de Romualda da Costa, que con tan buen gusto reinventó el baile allá en Copacabana por los años 50 y que tan de memoria me sé.

     Pero con tan mala suerte que va y se me traba el casete y empieza a ir más rápido de lo normal. Yo, para no decepcionar al Paquito, que me tenía alborotada la sangre de tanto mirarme a la cintura con esos ojos diáfanos y atragantados, sigo el nuevo ritmo moviendo frenéticamente las caderas en plan película muda hasta que al rato se levanta babeando y temblando con los brazos en ristre como para agarrarme. Yo, como quien no quiere la cosa, sigo a lo mío con un pasito pa´atrás, cuarto pa´alante, golpe de cadera ¡PUM! Tremendo caderazo y se me va el Paquito sin un grito por la ventana para abajo. Menos mal que vivo en un segundo piso pero aún así y con lo fuerte que estaba se rompió todo. Ya no servía para nada, hay que ver lo frágil que son los hombres, madre.

     Cuando llegamos abajo, estaba tieso con el rostro relajado y los ojos tristes mirando al cielo encapotado y con un silencio tan inmenso que me sobrecogió. Imagínese madre, todas a su alrededor pegando gritos como locas y él calladito, sin un lamento. Para mí que se había vuelto a los pastizales verdes de su tierra, con sus vacas incluidas.



La vida desbaratada.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo V


     Pero no vaya a creer usted, madre, que yo soy de las que los usa y los tira, no señor. Al día siguiente me fuí para el hospital con mi falda de los domingos que tanto le gustaba y con un tuperware con los garbanzos con chorizo que usted me enseñó a hacer con tanta maña y de postre: un polo de limón. Para que vea. Pues el tipo, en cuanto me vió, salió por patas por los pasillos todo enyesado y aullando como un loco. Los médicos me pidieron no volver que el paciente se les iba a morir del susto y así fue la última vez que lo ví y lo sentí.

     Por ahí me dicen que ahora vive en su tierra combinando el trabajo ocasional como vendedor de ascensores con largas temporadas de descanso en el pabellón psiquiátrico para apaciguar sus locas tentaciones por hacer volar teatros, academias y cualquier otro establecimiento que tenga algo que ver con la danza.

     Para que vea madre, qué triste es la vida y cómo le gusta recochinearse de uno desbaratándonos por donde más empeño hemos puesto.

     Y aún así el mundo sigue girando frenético y desesperado siempre degenerándose, siempre regenerándose y nosotros vamos por ahí aferraditos a la vida con la curiosidad insaciable del qué cosa será el mañana, sin caer en la cuenta que esta pequeña ilusión del sentido es en sí la voz del tiempo. Así que no se me desanime, madrecita, que todo irá bien si usted le pone música a este silencio.



El trabajo maldito.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo VI


     Mire por donde madre, que yo, por ejemplo, siempre me pregunto si el mañana me traerá trabajo. ¡Ay! Que esto también se me olvidó contarle, qué cabeza la mía. No, ya no trabajo en el hipermercado, me dieron de baja, no piense usted mal que fue por razones fisiológicas Importantes e Inapelables. Lo digo con mayúsculas.

     Pues resulta que al par de meses de estar atrincherada diez horas al día detrás de una caja registradora, con paros de cinco minutos cada hora para echar un pis y otro de media hora para engullirme un sándwich vegetal con mayonesa y una fanta limón, va y me empieza a salir unas ronchas púrpuras por todo el cuerpo y unos accesos de tos de aquí te espero que te meneo. Mire usted madrecita qué bochorno, parecía yo la cajera maldita, los clientes me esquivaban y mi caja estaba siempre vacía mientras que las otras morían de agobio. Con la cantidad de horas que tenía entrenada yo la sonrisa, la mejor de todas. ¡Oh! Si le digo que me pasaba las noches con una percha encajada en la boca para que se me quedase por costumbre...

     Y claro, como el jefe de personal opinó que no era de buen ver el estornudar a los clientes cuando les devolvía el cambio, me llevó al médico del centro con la esperanza de poner orden a tanto desarreglo funcional.

     El pobre sudó la gota gorda con mi caso, pues como estaba de prueba tenía que demostrar su valía y mira qué mala pata que se topa con el caso de alergia más complicado que haya existido en la historia médica, que es mucho decir. Porque lo mío era evidentemente una alergia.


Femme désolé, poisson enmerdé

De inyecciones y alergias.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo VII


     Así que me acribilla a inyecciones, cada una de un color, mire madre, la amarilla es la del polen, la gris la del polvo, la verde la de no sé qué de la comida... Y así siete más pero ninguna da resultado. El médico empieza a sudar y me mete otra tanda de inyecciones para alergias más raras. Ahora es para la celulosa del papel de los billetes, el aluminio del cemento del suelo, las resinas del aglomerado del mostrador, el cloro y el fluoruro de las tarjetas de crédito...

     Total que a la tercera tanda acabo con una intoxicación impresionante bajo la piel y el tipo nombrando mis muertos, diez años que le había costado conseguir el empleo para que a la primera de cambio se lo echase a perder una niñata del tres al cuarto con a saber qué cochinada había pillado por ahí.

     Le pide tiempo al jefe de personal, don Hipólito, un señor muy alto, mandón y engreído, que por muy trajeado que fuese, la pinta de analfabeto no se la quitaba nadie, y éste, siguiendo la máxima de la empresa: máximo rendimiento = máxima rentabilidad, me pone a ordenar latas, que si me estoy muriendo pues que lo haga trabajando, cóño, que por el interés te quiero Andrés...


Rietus deconstruido

Hipermercado de ilusiones compulsivas.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo VIII


     Pero ¡ay madrecita!, lo mío es la caja registradora con sus lucecitas verdes, con sus teclas numeradas, su llavecita para el cajón del dinero, los supositorios de plástico de los billetes para el aspirador del piso de arriba, el ¡clik! de la caja, el rollito de papel para el ticket de la compra en el que ponía mil veces: Le atendió la Srta. Mariola, caja 26. Gracias por su visita.

     Allí era alguien, madre, tenía protagonismo, yo era la cara humana de este inmenso mundo de cosas muertas. Lo notaba en ese rostro de espanto de los alelados que llegaban a la caja cargados como mulas, escapados con vida de la vorágine, salvados por el último resquicio de sensatez que les quedaba. Porque tantas cosas juntas, madre, tanto color, tanto letrerito explosivo le arrebata a uno la cordura. Entra a comprar un litro de leche y sale con la ropa del verano para toda la familia, dos cubiertas nuevas para el coche y un juego de tacitas para el café. ¡Ay! Se me olvidó la leche, bueno pues mañana vuelvo a por ella que la vida es bella, Clarabella.

     - Buenos días señor ¿Pagará en efectivo o con tarjeta? - Entonces despertaban del trance y se les aliviaba el rostro al descubrir en mí la única cosa que no podían comprar en este santo lugar de consuelo para las ilusiones extraviadas.



El mejillón que colmó el vaso.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo IX


     Las latas en cambio, no me daban más que confusión, se me caían, se me equivocaba el estante, tropezaba con todo el mundo, porque esto parece el metro, madre, aquí todos van con prisas, no saben a dónde pero es igual: hay prisa. Se me fueron las ronchas a base de las leches que me dieron con los carritos de veinte duros. Tenía más cardenales en el culo que el Vaticano en un Concilio y para colmo don Hipólito me destrozaba los tímpanos a base de broncas atravesadas.

     Acabé con un ataque de histeria crónica dejando en pelota viva de un trancazo a una pobre señora que tuvo la mala hora de pedirme que me echase a un lado, por favor, para poder coger una lata de mejillones.

     Casi me echan por el numerito pero resolvieron ponerme de nuevo de cajera, por lo del sindicato, y cargarla a cambio, con el jefe de personal, don Hipólito, que se marchó a un pueblecito de Ávila para meterse a pastor de ovejas pardas.

     Peor suerte corrió el médico que se pasó dos semanas desquiciado y con los nervios destrozados buscando la causa de mi mal por los conductos del aire acondicionado, analizando el pesticida de cucarachas con que rociaban los estantes cada noche e incluso sospechó de la lycra de mis bragas. A cambio de tanta preocupación esmirrió veinte kilos y se quedó calvo tipo Mister Próper.

     Dicen que ahora anda vendiendo a domicilio llaveros con termómetro incorporado para tomarse uno la temperatura a cualquier hora y participando sin éxito en programas de orientación profesional para jóvenes.


La ley del caos.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo X


     Me da pena porque al rato llegó un niño pijo con melenitas, recién licenciado a pesar de pasarse la carrera leyendo a Aristóteles y al Sherlock Holmes de Doyle en vez de empollarse el impresionante glosario de enfermedades que nos hemos inventado y, en un plis-plás, va y descubre que la causa de mi alergia es el láser del lector de códigos de mi caja. Vamos ni que fuera el tal fray Guillermo de Baskerville reencarnado. ¡Carajo, qué deducción!

     El nuevo jefe de personal, Arnoldo Asecas como le gustaba hacerse llamar, era un tipo bajito, apacible, muy cariñoso y educado, se sabía el nombre de todas nosotras y sobre todo sabía cómo despedir a alguien sin decírselo. Me hace llamar y después de darme todo un discurso sobre el papel vital e ineludible de las cajeras que casi me quedo roque, me da un sobrecito y me planta los buenos días. Para que vea madre que no hay que fiarse de nadie.

     Pues que se quede con las ganas de saber, el licenciado, el porqué una lucecita roja e inocua me causa a mí la alergia. Buscó argumentos físicos y no los encontró. No se le ocurrió pensar que en este mundo también las cosas intangibles juegan sus cartas y para colmo tienen su propia ley: la del caos, madre, el caos de la memoria, el caos del ser o no ser, el caos que nos desconcierta y nos desmonta las ideas de un traspié. Y yo, que tengo cultura básica, sé y siempre lo supe que la razón de esta alergia era mental. Sí madre, no se ría, yo tengo alergia psicológica a la luz roja. Por lo de la Potra Salvaje.


Mi novio Rigoberto.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XI


     Es un mal recuerdo. Se me contagió cuando aún vivía con usted allá por los tiempos en los que el mulato Ruco Torcuato desgañitaba su voz sombría y trémula por la radio con la Milonga del Grumete y el Capitán. ¿La recuerda? Sí madrecita, la de aquel par de desgraciados que se echaron a suertes una bailarina de taberna y acabaron matándose los dos... Fue por una pelirroja loooca que bailaba hasta el amaneceeer... A que ya la recuerda, marcó época.

     Por aquél entonces estábamos todas locas por teñirnos la sesera de rojo capirote y soñábamos con ese capitán y ese marinero forzudo con un ancla tatuada en un brazo y nuestro nombre en su pecho velludo, muertos los dos bajo el mar por nuestro amor. Anda que entre los chicos se puso de moda ir con camisetas a rayas, remangadas hasta los hombros, beber ron y adoptar poses profundas que resultaban ser de lo más ridículo.

     Yo tenía un novio, sí Rigoberto, vaya, eso sí que lo recuerda usted. Está bien, era poquita cosa pero era resultón y me quería un montón. Tenía las manos largas pero yo sabía cómo pararle los pies.

     Cuando entró en edad de trabajar se metió en el muelle a descargar cajas, quién no, y me prometió que con su primer sueldo me compraría un regalo. Eso es querer a morir, madre, y lo demás tonterías. A mí me hacía ilusión un cartapacio azul con el cromo de las anillas intacto y reluciente o una caja de lápices de colores Alpino y así tirar los de mi hermana que estaban astillados de tanta dentellada inquieta. No le pedía más a este Barrabás.


La lencería y otras locas tentaciones.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XII


     LLega ansioso el día de pago y se me presenta el Rigoberto a la puerta del instituto todo emocionado con un body-string, carísimo, rojo de encajes finos y lazos de satén rubí a la altura de los pezones. Y de guinda un antifaz emplumado.

     Casi lo mato. Ahora que recuerdo ese body, la verdad es que no me molestaría vestirlo pero por aquél entonces me pareció algo de muy mal gusto. Rigoberto con el trinque que llevaba encima, me amenazó con que si no me lo ponía se iba directo a la Potra Salvaje que allí sí que había mujeres de verdad y yo le contesté llorando de rabia y decepción que ni loca, que se lo pusiera a su perro y se fueran los dos a darse por saco. Nunca le creí capaz de irse a un sitio así, con lo vergonzoso que era. Pero no, madre, me equivoqué y esa noche se fue directo a la Potra Salvaje a desquitarse de tanta hambre atrasada con una mulata a cambio del body. Por supuesto yo no supe nada hasta varios meses después.

     La mañana siguiente el Rigoberto le pidió dinero prestado a un amigo y alegando que había devuelto el body, me compró el cartapacio azul con las anillas cromadas más bonitas que jamás había visto. Yo, ingenua que es una a esa corta edad, madre, le perdoné el malentendido y le atiborré de besos emocionada por los influjos que produce una reconciliación con prevaricación.

     Al poco tiempo el Rigoberto se puso a trabajar dos turnos de nueve horas al día con la excusa de que estaba ahorrando para casarnos y yo, confiada, me contenté con verlo mucho menos, orgullosa y enamoradísima de él, sin sospechar siquiera que el muy cabrito le había cogido afición loca a aquel antro y ahora, con el doble sueldo, se andaba de orgías a diario con tres y cuatro fulanas a la vez.



El principio de Arquímedes.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XIII


     Como es de suponer, ante tal esfuerzo físico, su salud a la par que su figura fue menguando y yo lo mimaba como una loca, cómete este bizcochito, mi niño, y llévate estos garbanzos para cenar, que te me estás quedando en los huesos y me descuidaba la guardia por pena dejando que su mano se colara por entre mis muslos. ¡Ay! madrecita, el amor le diluye a una los sesos en gelatina de fresa, pero por ley que lo turbio tarde o temprano sale a flote.

     Y el primer aviso vino de paseo un domingo al cruzar por la acera de enfrente de los farolillos rojos siempre encendidos de la Potra Salvaje y en cuya puerta una mujer que escupía su asma, reconoció al Rigoberto y lo saludó con la mano. De refilón ví cómo éste eludía el saludo y para rematar se ponía a silbar el Manisero, manisero se va, si quieres un cucurucho de maíz...

     Esa noche no pude pegar ojo y al día siguiente, con una tremenda mosca tras la oreja, le pedí que me enseñara la libreta de ahorro que aquí algo me atufaba a zorro.
- Pero mujer, como si no me conocieras, de qué me voy a fiar yo de los bancos, carajo, esos se lo quedan todo y luego no hay forma de demostrar que te han robado. Mira tontita, tengo el dinero enterrado en un sitio secreto pero no te lo puedo enseñar ahora, que nos pueden seguir. Hay mucho ladrón suelto. Lo entiendes, ¿verdad mi amor?

     Tanta lógica no me convenció para nada y de noche resolví fugarme de casa para seguirle.



Mundo roto.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XIV


     ¡Ay, madrecita! Cómo pude ser tan tonta. Usted lo sabe, tres días con sus tres noches llorando como una condenada hasta que se me agotaron las lágrimas para toda una vida, qué dolor. Y usted diciéndole al maldito embustero pendón que esta vez la regla me había venido muy agresiva.

     Diga lo que quiera madre, piense que soy una cobardica, que no le dije nada, que le miraba con mis ojos tristes y secos como el papel de lija, infeliz en su mundo de mentiras, jugando su papel de farsante, dejándole que me tocase sin siquiera sentirle. Pequeñito, porque desde entonces empecé a verlo muy pequeñito, insignificante y de noche buscaba desesperada en el llanto seco, una válvula de escape para este corazón que se me rompía en las entrañas. Y de la radio de la vecina se escapaba la voz, otra vez y por siempre la voz sentida de Ruco Torcuato, llorando por entre las paredes este bolero desgarrador:

     Angustiado y desolado
por la sombra de los celos
se deshace en la taberna
un esclavo de la pena
con el alma desaliñada
y el llanto perdido
por la traidora que se fue.

Siempre abandonado
a la suerte de la barra,
el camarero le dice
ya está bien de limeta,
nada salva con lágrimas,
nada dignifica con vinagreta
tan sólo esquiva hoy
lo que mañana habrá de afrontar.

Humillado por la lección,
masticó el filo de la copa
hasta que sus labios se partieron en flor
y con esta penitencia ensangrentada
en el tugurio a todos sobrecogió:

¡Jefe! No se apure por mi desdicha
y sírvame en esta copa rota
el vinagre con el que quiero
sangrar gota a gota
la mentira de su amor.
(**adaptación de la canción original)

     Y entonces la odié, perdóneme madre, pero la odié por no haberme parido varón y tener el valor de partirme la boca con una copa como este desgraciado, por no tener valor y devolverle lo que él me hizo a mí.



Hombre roto.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XV


     El corazón se me secó y el tiempo se encargó de poner cada cosa en su sitio. Al Rigoberto le dio un yuyo en plena faena y se lo llevaron las fulanas al hospital en una postura bastante ridícula. Tardaron dos semanas en reanimarle, para entonces estaba yo a su lado alelada, sin voluntad propia, sin vida. Y él me miraba con la sonrisa imbécil del niño travieso pillado in fraganti. Entró el médico y cantó las cuarenta con tono aséptico y socarrón:
-Agotamiento físico y mental en extremo, deshidratación avanzada, de buena te has salvado, chaval. ¡Ah! Se me olvidaba, de la pinga olvídate, a no ser que te la quieras poner de corbata.
     El Rigoberto dio un salto, se buscó y no se encontró y con la mandíbula desencajada me miró aterrado a los ojos.

     Eso me devolvió a la vida y de golpe y porrazo se me borró cualquier sentimiento que pudiese albergar por él, me levanté y me fuí sin tan siquiera decirle adiós.

     Ah no, madre. Yo aguanto cualquier cosa menos a este hombre inútil, si no me sirve para qué lo voy a querer, venga dígamelo usted, se pegó la vida padre mientras yo le lloraba y ahora que es un pañuelo roto lo tengo que aguantar, pues que se espere sentado, por pendejo.

     Dicen que ahora se gana la vida como educador sexual en la asignatura de ética en un colegio, frustrado como un perro por haber agotado de un tirón lo que la vida le había dado para gozar.



... y al fin mi soledad.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XVI


     Ay, madre, mire que tengo yo mala estrella con los hombres, pues no me negará que a todos les desbarato el destino y acaban presos de su propia condición.

     Me pregunto yo si tenía que haberme subido la falda cuando me lo pedía el cuerpo, de haberlo hecho sin tanta norma social, quizás ahora no estaría tan sola y con una vecina, la Perse, que cada vez que se le va el marido se me pone alegre perdida tirándome los tejos.

     Con lo poco que me gusta dormir sola y con lo que disfrutaba cuando usted me arrullaba de pequeña, madrecita, y me cantaba esas nanas a media voz, qué bueno sería ahora dormirme con el aroró de un ronquido varón.

     ¡Pero qué cosas le pienso, madre! Yo al tuntún con lo mío cuando usted está malita y lo que necesita es descansar. Y además de usted no me fío un pelo, que dicen que las madres son capaces de adivinarle a una el pensamiento y si eso es verdad, pues vaya, a ver cómo le justifico yo a usted esta comedia cuando llegue para allá.

     Mejor me echo a dormir un ratito, no vaya a ser que me vean en el hospital con estas ojeras y me metan en la cama a mí también...


Desde una encrucijada,
el día 187º del presente año 2010


FIN