La vida desbaratada.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo V


     Pero no vaya a creer usted, madre, que yo soy de las que los usa y los tira, no señor. Al día siguiente me fuí para el hospital con mi falda de los domingos que tanto le gustaba y con un tuperware con los garbanzos con chorizo que usted me enseñó a hacer con tanta maña y de postre: un polo de limón. Para que vea. Pues el tipo, en cuanto me vió, salió por patas por los pasillos todo enyesado y aullando como un loco. Los médicos me pidieron no volver que el paciente se les iba a morir del susto y así fue la última vez que lo ví y lo sentí.

     Por ahí me dicen que ahora vive en su tierra combinando el trabajo ocasional como vendedor de ascensores con largas temporadas de descanso en el pabellón psiquiátrico para apaciguar sus locas tentaciones por hacer volar teatros, academias y cualquier otro establecimiento que tenga algo que ver con la danza.

     Para que vea madre, qué triste es la vida y cómo le gusta recochinearse de uno desbaratándonos por donde más empeño hemos puesto.

     Y aún así el mundo sigue girando frenético y desesperado siempre degenerándose, siempre regenerándose y nosotros vamos por ahí aferraditos a la vida con la curiosidad insaciable del qué cosa será el mañana, sin caer en la cuenta que esta pequeña ilusión del sentido es en sí la voz del tiempo. Así que no se me desanime, madrecita, que todo irá bien si usted le pone música a este silencio.



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