El principio de Arquímedes.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo XIII


     Como es de suponer, ante tal esfuerzo físico, su salud a la par que su figura fue menguando y yo lo mimaba como una loca, cómete este bizcochito, mi niño, y llévate estos garbanzos para cenar, que te me estás quedando en los huesos y me descuidaba la guardia por pena dejando que su mano se colara por entre mis muslos. ¡Ay! madrecita, el amor le diluye a una los sesos en gelatina de fresa, pero por ley que lo turbio tarde o temprano sale a flote.

     Y el primer aviso vino de paseo un domingo al cruzar por la acera de enfrente de los farolillos rojos siempre encendidos de la Potra Salvaje y en cuya puerta una mujer que escupía su asma, reconoció al Rigoberto y lo saludó con la mano. De refilón ví cómo éste eludía el saludo y para rematar se ponía a silbar el Manisero, manisero se va, si quieres un cucurucho de maíz...

     Esa noche no pude pegar ojo y al día siguiente, con una tremenda mosca tras la oreja, le pedí que me enseñara la libreta de ahorro que aquí algo me atufaba a zorro.
- Pero mujer, como si no me conocieras, de qué me voy a fiar yo de los bancos, carajo, esos se lo quedan todo y luego no hay forma de demostrar que te han robado. Mira tontita, tengo el dinero enterrado en un sitio secreto pero no te lo puedo enseñar ahora, que nos pueden seguir. Hay mucho ladrón suelto. Lo entiendes, ¿verdad mi amor?

     Tanta lógica no me convenció para nada y de noche resolví fugarme de casa para seguirle.



3 comentarios:

  1. Ay, el amor, el amor...
    Que se nos derrite con unos ojillos que le pone y le camufla los capitales con lindezas escaqueadoras.

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  2. Cómprate un cucuruchito de maní, si te quieres con el pico divertir.

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  3. Pero con que intriga me has dejado para el próximo capítulo.
    Acá estaré esperando.
    Besos

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